martes, 6 de septiembre de 2011

Sumemosle un vestido de tul.

-No soy una muñeca de porcelana, no quiero ser tu prototipo de mujer perfecta -murmure con la voz cargada de odio, rencor y enojo. Cerré la puerta con un golpe seco, llevando mi bolso directo a la puerta.
Una vez que me senté en el asiento del micro que iba a la Capital, respire hondo y llore. Si, llore. Por que a pesar de todo lo que me había hecho, de todo lo que había pasado por el, yo lo amaba y me había costado muchísimo dejarlo.
Entonces, recargando mi cabeza sobre el frió vidrio de la ventana, recordé todo aquello.
Recordé aquel 2 de septiembre, día claro, con un sol brillando bien arriba en el cielo, día en que nos casamos. Apenas hacia dos meses que nos conocíamos, pero estábamos tan enamorados... NO. Yo era la enamorada, el solo quería jugar un rato al nene rico y dominar lo que tuviera a su alcance. Caprichoso. Si era un caprichoso y nunca dejaría de serlo.
Los primeros meses habían sido la mar de fantásticos. Habíamos viajado por todo el país. Hermoso. También fuera del país. Claro, viajamos a París, me llevo a conocer Londres. Inclusive a Irlanda.
Recorría sola aquellos bellisimos lugares. El siempre estaba en juntas y cuestiones de la empresa que llevaba con su padre, por lo que la atención que me prestaba muchas veces era mínima.
Cuando volvimos, todo fue peor. Yo caí en la cuenta de que no era aquel hombre perfecto en todos los sentidos, y que solo era pura apariencia.
Se pasaba las horas trabajando. Yo siempre lo esperaba con la casa limpia, ordenada, la cena lista. Todo perfecto. Yo era su muñeca de porcelana. Siempre me percataba de arreglarme para verme lo mas hermosa posible cuando el llegara.
Todo aquello no sirvió de nada. Cuando intente decirle que aquello no me gustaba y que me sentía abandonada por el y que si seguía, iba a dejarlo, decidió usar la fuerza para mantenerme a su lado. Borracho como casi todas las noches desde la luna de miel, me golpeo a tal punto que mi rostro quedo marcado.
Así muchas veces. Pero yo lo amaba. No podía dejarlo, menos en aquellas circunstancias en que se veía devastado. Volvía a casa con un regalo, algún vestido, flores o cosas costosas por las que yo me derretía, no literalmente, claro, de forma figurada. Amaba aquellos detalles.
Aquella noche había sido demasiado. Estaba cansada de que me tratara de aquella forma.
Había intentado golpearme varias veces, pero yo lo había mirado fijo y el había parado. Mi mirada era, en ese tiempo, fría y distante. No había mas dulzura y compasión para el.
-No podes irte. Sos mía. Sos mi muñeca. Sola te vas a romper, si sos de porcelana. ¿Donde te vas a ir, eh? ¿Con tus papas? CAGONA. ¿Donde vas? Sos mía.
-No soy una muñeca de porcelana, no quiero ser tu prototipo de mujer perfecta.

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Vampiro Vegetariano.